Una de las cosas que me apasionan, es la religión. Pueden imaginarme como una de esas mujeres estiradas, lúgubres y conservadoras con cara de monja, pero no es en ese sentido de aplicar sus normas y fanatizarme que me interesa, sino cómo la humanidad ha usado este mecanismo lógico y totalmente preparado como una muleta para lo que verdaderamente puede hacer de tenerse fe en si mismo.
Pero bueno, en mi búsqueda cursé un Diplomado de Estudio de las Religiones en el Centro de Estudios Judaicos mientras elaboraba mi tesis, que trataba muchos temas religiosos, pero de la que no viene al caso tratar ahora.
Resulta que ese diplomado dio pie a interesantes debates sobre la religión y lo mundano, lo sagrado y lo profano. Uno de los temas que desarrollé ahí fue el análisis de estos conceptos llevados al arte, que es mi área de estudio. Y que mejor escenario para llevarlo a cabo, que en el periodo barroco, o más bien, una contraposición de un elemento primitivo y medieval con otro ya sofisticado del barroco: El Carnaval.
Ahora procederé a escribir algo de ese análisis, pero como es largo, creo que tendré que separarlo en tres post. Espero que no sea complicado de leer.
Comencemos entonces...
Pero bueno, en mi búsqueda cursé un Diplomado de Estudio de las Religiones en el Centro de Estudios Judaicos mientras elaboraba mi tesis, que trataba muchos temas religiosos, pero de la que no viene al caso tratar ahora.
Resulta que ese diplomado dio pie a interesantes debates sobre la religión y lo mundano, lo sagrado y lo profano. Uno de los temas que desarrollé ahí fue el análisis de estos conceptos llevados al arte, que es mi área de estudio. Y que mejor escenario para llevarlo a cabo, que en el periodo barroco, o más bien, una contraposición de un elemento primitivo y medieval con otro ya sofisticado del barroco: El Carnaval.
Ahora procederé a escribir algo de ese análisis, pero como es largo, creo que tendré que separarlo en tres post. Espero que no sea complicado de leer.
Comencemos entonces...
A la vida rutinaria que los seres humanos viven todos los días, en donde pareciera que el orden del mundo se mantiene estable y la cotidaneidad reina, se contrapone el concepto de fiesta. Así como lo sagrado y lo profano van de la mano, el tiempo mundano y el tiempo de fiesta también, ya que uno no puede existir sin el otro, mezclándose en una relación que conlleva la razón de la existencia del ser humano.
Lo sagrado suele manifestarse en la vida ordinaria por medio de prohibiciones, definiéndose como lo “reservado”, lo “separado”, pues se le pone fuera del uso común, protegido por prohibiciones destinadas a evitar el ataque que atente contra el orden del mundo, todo riesgo de trastornarlo y contaminarlo. Lo profano es todo lo contrario, aquello que es público y con acceso a todos, lo que no importa para el orden universal. De acuerdo a esto, podríamos decir que la fiesta o carnaval es el tiempo sagrado y la rutina diaria es el tiempo profano, pues el primero está separado en el calendario, marcado como una fecha especial consagrada a la divinidad, ya sea el día domingo, sábado o algún mes en especial. El segundo está dispuesto de manera que después de la fiesta volvamos a un tiempo de normalidad y orden, separando de esta manera el tiempo sagrado de la fiesta del mundano de la rutina.
Sin embargo, la fiesta ya no se vive como en los tiempos primitivos. Hasta el renacimiento, la fiesta era parte de la vida, se vivía plenamente, el hombre que representaba la divinidad ERA la divinidad, el caos provocado por la algarabía y el desorden ERA el caos primordial de la creación. Luego, más concretamente en el siglo XVII con el arribo del período barroco y los bailes cortesanos, ese carnaval devino en pura estética, el pobre reflejo de una añoranza de aquellos tiempos en donde se vivía intensamente la emoción del carnaval.
Como ya dijimos, el carnaval que vamos a analizar es uno más primitivo que el de Venecia o Brasil (que puedan venir a nuestras mentes a la hora de mencionarlo), en donde los significados se confundían con la vida y no había una clara limitación entre las palabras y las cosas. Era un carnaval en donde no había espectadores, sino que todos eran actores activos. Las normas y prohibiciones que en la vida normal regían la existencia del hombre, en el carnaval desaparecen para convertir la fiesta en caos; las distancias y el constante respeto por el espacio de los demás ya no existen y los hombres se desenvuelven en un contacto familiar y libre, sin tapujos. De este modo, “el carnaval aproxima, reúne, casa, amalgama lo sagrado y lo profano, lo alto y lo bajo, lo sublime y lo insignificante, la sabiduría y la tontería, etc.”[1]
El carnaval se desarrolla entre dos temporalidades, la profana y la mundana, que se cruzan; el instante en que se cruzan las temporalidades es un instante de locura y caos (fiesta). En ese momento, el tiempo pasado debe morir para dar paso al nuevo tiempo, y es en ese paso de un tiempo a otro donde se produce una anulación; entonces se ingresa a otro tiempo, un tiempo que no transcurre, que es sólo presente, o sea, la fiesta. En esta fiesta, como es contraparte del tiempo mundano y rutinario, se violan las reglas existentes en el tiempo normal como un modo de degradación, que implica a la vez la renovación, tal como la muerte implica la vida. La autoridad principal es así vejada y un “rey feo” toma su lugar, siendo el centro de las burlas e insultos de la turba que lo rodea. Víctor Hugo en su “Nuestra Señora de París” ejemplifica muy bien esta escena al entronizar a su Cuasimodo como rey bufón del carnaval que se desarrollaba en la plaza para, luego de ser festejado y alabado, ser vilipendiado.
James Frazer en su libro “La Rama Dorada” da extensos ejemplos de las ceremonias de renovación y muerte de las culturas agrícolas que perfectamente pueden ser aplicables al carnaval y su profundo contexto, como por ejemplo el mito de Adonis, dios que representaba la primavera y que era descuartizado al término de ésta para esparcir sus extremidades y enterrarlas como semillas para asegurar una próxima germinación de las mies el próximo año. Al igual que Cristo que, al considerarlo como una divinidad agrícola, muere y resucita, dando su cuerpo a sus fieles a través de la misa como semillas que germinarán en forma de su palabra.[2]
Todo este sangriento ritual se desarrollaba como un paso del tiempo de germinación (primavera) al de muerte (invierno) tal como el carnaval era una especie de vacío temporal en donde todo ocurría (caos), a través del cual se pasaba del tiempo pasado, que debía morir por medio de las ceremonias de fin de año, a un tiempo nuevo que era recibido y purificado con la muerte del pasado. Este tiempo pasado estaba cargado de toda la rutina a la que se ve expuesto el hombre en su tiempo social, rutina de la que se debe desprender por medio del ritual de fin de año, donde se deshace de todo ello para recibir “como un recién nacido” todas las experiencias que le depara el tiempo nuevo.
En el carnaval, el tiempo profano (rutina) y el tiempo sagrado (todo lo que conlleva el carnaval) se relacionan en ese único momento, como medio de purgar los desechos (detritus) que la vida cotidiana deja en el ser humano: es casi como una purificación, una liberación. Sin embargo, el detritus es lo que constituye al individuo y los rituales implican una disolución de la individualidad.
[CONTINUARÁ]
[1]Mijaíl Bajtín, “Carnaval y Literatura”, pág. 313-314
[2]La misa y eucaristía se desarrolla en una especie de teofagia.
Lo sagrado suele manifestarse en la vida ordinaria por medio de prohibiciones, definiéndose como lo “reservado”, lo “separado”, pues se le pone fuera del uso común, protegido por prohibiciones destinadas a evitar el ataque que atente contra el orden del mundo, todo riesgo de trastornarlo y contaminarlo. Lo profano es todo lo contrario, aquello que es público y con acceso a todos, lo que no importa para el orden universal. De acuerdo a esto, podríamos decir que la fiesta o carnaval es el tiempo sagrado y la rutina diaria es el tiempo profano, pues el primero está separado en el calendario, marcado como una fecha especial consagrada a la divinidad, ya sea el día domingo, sábado o algún mes en especial. El segundo está dispuesto de manera que después de la fiesta volvamos a un tiempo de normalidad y orden, separando de esta manera el tiempo sagrado de la fiesta del mundano de la rutina.
Sin embargo, la fiesta ya no se vive como en los tiempos primitivos. Hasta el renacimiento, la fiesta era parte de la vida, se vivía plenamente, el hombre que representaba la divinidad ERA la divinidad, el caos provocado por la algarabía y el desorden ERA el caos primordial de la creación. Luego, más concretamente en el siglo XVII con el arribo del período barroco y los bailes cortesanos, ese carnaval devino en pura estética, el pobre reflejo de una añoranza de aquellos tiempos en donde se vivía intensamente la emoción del carnaval.
Como ya dijimos, el carnaval que vamos a analizar es uno más primitivo que el de Venecia o Brasil (que puedan venir a nuestras mentes a la hora de mencionarlo), en donde los significados se confundían con la vida y no había una clara limitación entre las palabras y las cosas. Era un carnaval en donde no había espectadores, sino que todos eran actores activos. Las normas y prohibiciones que en la vida normal regían la existencia del hombre, en el carnaval desaparecen para convertir la fiesta en caos; las distancias y el constante respeto por el espacio de los demás ya no existen y los hombres se desenvuelven en un contacto familiar y libre, sin tapujos. De este modo, “el carnaval aproxima, reúne, casa, amalgama lo sagrado y lo profano, lo alto y lo bajo, lo sublime y lo insignificante, la sabiduría y la tontería, etc.”[1]
Todo este sangriento ritual se desarrollaba como un paso del tiempo de germinación (primavera) al de muerte (invierno) tal como el carnaval era una especie de vacío temporal en donde todo ocurría (caos), a través del cual se pasaba del tiempo pasado, que debía morir por medio de las ceremonias de fin de año, a un tiempo nuevo que era recibido y purificado con la muerte del pasado.
En el carnaval, el tiempo profano (rutina) y el tiempo sagrado (todo lo que conlleva el carnaval) se relacionan en ese único momento, como medio de purgar los desechos (detritus) que la vida cotidiana deja en el ser humano: es casi como una purificación, una liberación. Sin embargo, el detritus es lo que constituye al individuo y los rituales implican una disolución de la individualidad.
[CONTINUARÁ]
[1]Mijaíl Bajtín, “Carnaval y Literatura”, pág. 313-314
[2]La misa y eucaristía se desarrolla en una especie de teofagia.
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