En fin, prosigo con lo prometido...

Para Roger Caillois, todo el proceso del carnaval tiene su propia teoría; en ella, el carnaval es una renovación de la creación. Anualmente, la naturaleza y la vegetación se renuevan, al igual que la vida social inaugura un nuevo ciclo. Entonces, todo lo que existe debe rejuvencerse.
Para ello, hay que volver a empezar la creación del mundo. “Esta se conduce como un cosmos regido por un orden universal y funcionando según un ritmo regular. La medida, la norma, lo mantienen”[1]. Su ley consiste en que toda cosa se encuentre en su lugar y todo acontecimiento llegue a su tiempo. Así se explica que las únicas manifestaciones de lo sagrado sean prohibiciones, protecciones contra todo lo que podría amenazar la seguridad cósmica, o reparaciones de todo aquello que ha podido turbarla. Se tiende a la inmovilidad, porque todo cambio, toda innovación pone en peligro la estabilidad y el equilibrio del universo, cuyo curso se quería detener para destruir las posibilidades de muerte. Es como el ejemplo que da Frazer en su libro, donde el jefe de un clan japonés debe mantenerse completamente quieto durante toda su vida, pues cualquier movimiento puede alterar la naturaleza[2].
Después de observar el caos, los antepasados dieron al mundo una apariencia y leyes que, desde entonces, no han vuelto a cambiar. Sin embargo, por el hecho de contener cada cosa, cada ser dentro de límites precisos, esos límites, desde entonces naturales, los privaban de todos los poderes mágicos que les permitían realizar al instante sus deseos. “El mundo, en efecto, no se conforma con la existencia simultánea de todas las posibilidades, con la ausencia de toda regla: el mundo conoció entonces las limitaciones infranqueables que confinan a cada especie en su propio estado y que les impide salirse de él.”[4] Esos límites son la materialidad y por ende, la muerte, pues al tener materia el ser humano se inscribe dentro de una temporalidad que termina con el morir. De todos modos, con la muerte el caos dio paso al cosmos, terminando la era de confusión y comenzando la historia.
[1] Roger Caillois, “El Hombre y lo Sagrado”, pág. 114
[2] Antiguamente, los reyes representaban a la tierra. Ellos ERAN la tierra, así que cualquier enfermedad ponía en riesgo las cosechas y la vida del reino (ver mito del Rey Pescador en la saga del Rey Arturo. Este rey sufría de una herida en la entrepierna (fertilidad) que lo imposibilitaba de gobernar, por lo tanto, su tierra sufría sequías y devastación. La única manera de que el reino se restableciera era sanando al rey).
[3] De ahí surgen los “judas” y “fallas” que se queman a finales de un período y comienzo de otro (como en Punta Arenas y Barcelona, por ejemplo).
[4] Roger Caillois, “El Hombre y lo Sagrado”, pág. 118
[5] Este mismo antagonismo y mezcla da origen a las figuras carnavalescas de los opuestos (alto-bajo, feo-bello, muerte-vida, etc.) y de los similares (como los gemelos, hombres de dos caras, etc.)
[6] También está la famosa “Halloween”, que marca el período de cosecha y de descanso de la tierra (Otoño-Invierno).
[7] Algunos excesos son: incestos (en alusión a la pareja original, que generalmente son hermanos), desenfreno sexual (como llamado a la fecundidad de la tierra), parodias y desagravios a la autoridad (el “rey feo” del que ya hablamos), gastos excesivos, gula y banquetes orgiásticos (abundancia), saqueos e incendios (caos).
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