22 de agosto de 2008

Tiempo Sagrado y Tiempo Profano III

Y por fin concluímos el texto sobre el carnaval, el tiempo profano y el tiempo sagrado. Espero que les haya gustado o al menos entretenido.
Pueden encontrar la primera parte ACÁ y la segunda ACÁ


El fin de la relación ritual entre el tiempo sagrado y el tiempo profano se encuentra en la base del barroco. Ese fin no significa que la relación se haya tornado irrelevante, sino que deja de acontecer y se transforma en texto[1] (símbolo, rememoración). La relación se hace cristiana, puesto el cristianismo es el primer movimiento religioso que está contra la transgresión (su historia es lineal, no circular como había sido hasta entonces), siendo ésta vital para el paso del tiempo profano al sagrado.

Sin alegría no hay fiesta, y sin risa no hay alegría. Para Bajtín, la risa posee un significado tan ambivalente como las imágenes carnavalescas, pues por medio de ella se degradaba (muerte), pero a la vez se revivía. El aspecto de burla de la risa fue el factor que influyó en la prohibición de ella en la Edad Media, hecho que se ve ejemplificado en la figura de Jorge de Burgos de “El Nombre de la Rosa”, monje oscuro y ciego que vedaba la risa y ocultaba uno de los textos de Aristóteles que trataban de ella. La risa, para los cristianos, pertenecía al demonio, deformaba el rostro, agitaba el cuerpo como si estuviera poseído y hacia surgir ruidos entrecortados, incoherentes y difusos de la garganta.

Sin embargo, la doble acción de la risa de reunir la negación (burla) y la afirmación (alegría) quedaba patente en los textos literarios y daba origen a la parodia, género literario especialmente famoso en la Edad Media. En la parodia el uno se diferencia del otro, deformándose y desfigurándose en diversas direcciones, como en la mayoría de las obras de Moliere que parodian a la sociedad o cuando la Reina María Antonieta se hacía pasar por campesina en Versalles. En la parodia el héroe muere (se niega) para renovarse (purificándose y rebasándose).

En la parodia literaria normal, en el sentido estricto actual del término, el lazo con la percepción carnavalesca del mundo ha desaparecido casi por completo. Pero en la época del renacimiento aún no se extinguía del todo: la parodia era ambivalente y consciente de su proximidad con la muerte-renovación. El renacimiento señala el punto culminante de la vida carnavalesca, ya que a partir del siglo XVII ésta retrocede: pierde casi por completo su carácter público. Se ve florecer una cultura de fiestas de corte y de bailes de máscaras, herederas de un cierto número de formas y símbolos carnavalescos, pero cuyo objetivo es sobre todo exterior, decorativo. Muchas formas antiguas pierden de este modo su arraigo popular y abandonan la plaza pública (escenario del carnaval) por esas mascaradas de salón, que existen todavía en nuestros tiempos.

Hasta la segunda mitad del siglo XVII los hombres participaban directamente del carnaval, o en otras palabras, éste era una forma de la misma existencia: la fuente de la carnavalización era el mismo carnaval. Pero luego, con el nacimiento de las cortes de nobles y su centralización en un palacio[2] deja de ser casi por completo una fuente inmediata de carnavalización[3], cede ese papel a la literatura propiamente carnavalizada: los elementos carnavalescos resultan cortados de su fuente directa, cambiando de aspecto y significación.

De este modo la carnavalización se convierte en una tradición puramente literaria, todo ello gracias a la utilización de los diálogos, que suponen una puesta al desnudo del pensamiento y de la verdad, que implica también una familiaridad entre los interlocutores y la supresión de toda distancia entre ellos. La función esencial del carnaval en la literatura era que ayudara a superar la barrera de los géneros, destruyendo todo repliegue sobre sí mismo y toda ignorancia del otro, colmando las distancias y aniquilando las oposiciones. Pero, ya durante los siglos XVIII y XIX la risa se ha acallado considerablemente, convirtiéndose en ironía y humor, llevando a otras formas de risa menor.

Durante el barroco el carnaval ya desaparecía en la estética. La carnavalización es una concepción estética barroca que no es aplicable al carnaval medieval, porque éste es un modo de vivir, se vivía, no era un espectáculo. En el mundo onírico, no se habla de mera apariencia, sino de un espectáculo lleno de sentido que ha de ser interpretado.

El hombre es consciente de la apariencia en el sentido en que la apariencia se presenta dándole al hombre la tarea de contemplar, interrogar e interpretar la bella apariencia. Lo mismo sucede en el barroco; el hombre ya no participa, sólo se dedica a observar el espectáculo desde lejos[4]. La obra barroca no pretende la aprehensión de algo esencial, menos la obtención o sublimación de un núcleo espiritual; con esto busca señalar que el ser representado no posee nunca un centro.

Una obra barroca, dice Hauser: "no es tanto una imagen de la realidad, cuanto más bien un conglomerado de aportaciones para esta imagen". Los medios formales de expresión en el barroco se independizan y trascienden los objetivos de la representación, trasmutan de función en fin, capturando al espectador no por el contenido, sino por la propia exhibición.

El hombre se relaciona con el arte barroco por medio de la materia y no por la idea. Lo que llega primero es lo material y por medio de ello juzgamos si es bueno o malo. La falta de funcionalidad de los elementos constructivos y la marcada tendencia a su escenificación por parte del Barroco, la encontramos en la constitución de los espacios a la manera de escenarios recargados. En el Barroco el carnaval se encierra en un escenario, convirtiéndose en espectáculo, en una obra teatral que se observa desde el palco. Así, el carnaval se convierte en pura carnavalización y el acontecimiento se disuelve en la representación.


[1]Tal como Hegel proclamaba la muerte del Arte a manos de la teorización, lo mismo pasa con el carnaval. Deviene pura estética y se hace algo contemplable en donde el espectador ya no tiene parte como actor.

[2] Como ejemplo, remítase a Luis XIII o Luis XIV de Francia Cabe señalar que la carnavalización durante la Edad Media se entendía como oposición a la cultura oficial, que imponía una serie de respetos y miedos. Para Belleau, seria un “fenómeno de textualización al que convendría tratarlo en las obras literarias no como representación sino como estructuración”. Javier Huerta Calvo, “Lo carnavalesco en la teoría literaria de Mijaíl Bajtín”, pág. 27

[4]Para Hauser, la “subjetivación de la visión artística del mundo, la transformación de la imagen táctil en imagen visual, del ser en parecer, la concepción del mundo como impresión y experiencia, la comprensión del aspecto subjetivo como lo primario, y la acentuación del carácter transitorio que lleva en sí toda impresión óptica, se completan ciertamente en el Barroco”. (Arnold Hauser, “Historia Social de la Literatura y el Arte”, tomo I, pág. 477)

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